Género, del latín genus/generis tiene una significativa multiplicidad de usos y aplicaciones.
Para el caso que nos ocupa es importante tener en cuenta que los seres humanos sólo nacemos con sexo. No nacemos con atributos o características femeninas o masculinas, las desarrollamos a partir del aprendizaje.
Por tanto el GÉNERO es una construcción socio-cultural sobre las características y expectativas masculinas y femeninas, sobre relaciones asimétricas y sobre las relaciones de subordinación y discriminación.
En el pensamiento feminista se destacan esos condicionantes socioculturales del GÉNERO como singularidad de la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres, tanto en la esfera pública como en la privada.
En su acepción social y política el “GÉNERO” se viene identificando con “MUJER”.
Por una parte esto ha servido para visibilizar a las mujeres en este terrible Terrorismo Social, pero presenta dos problemas fundamentales: la utilización política de la Violencia de Género y la simplificación de “Violencia de Género” a la que sufrimos las mujeres “por el hecho de ser mujer”.
Si estudiamos a fondo el origen de la Violencia de Género que se encuentra a la vez, en factores sociales y en la debilidad psicológica del agresor y de la victima; si determinamos que el perfil psicológico está influenciado por la educación y el entorno social; si nos paramos a analizar seriamente lo que con lleva la Violencia de Género en lo físico, psicológico, económico, social, sexual,…; si nos detenemos a pensar que la Violencia de Género son todos aquellos actos mediante los cuales se discrimina, se ignora, se somete, se subordina, se ataca a la libertad, a la dignidad, a la seguridad, a la intimidad, a la integridad física y moral:
Tenemos que concluir que la Violencia de Género es aquella que se ejerce de un sexo a otro o dicho de otra manera la “violencia” no tiene “género” la practican los hombres y las mujeres erráticamente, eso sí, en maneras e intensidad diferente.
Ahora bien, desde un punto de vista histórico y social, sí ha sido y aún es conveniente actuar en claves de discriminación positiva hacia la mujer en la medidas en contra de violencia de género. En primer lugar porque la mayoría de casos es aplastante y en segundo lugar porque la lacra y la herencia genética y educacional es todavía pesada y abrumadora.
Dicho esto y situándonos en el necesario camino para conseguir la plena garantía de los derechos de la mujer ¿No hemos perdido algo en el camino?
En los últimos lustros parte del movimiento feminista influenciado por las ideas del feminismo fundamentalista norteamericano, ha tomado en Europa un camino equivocado, según refleja en su libro la feminista francesa Elizabeth Bandinter.
La bienintencionada ley de Violencia de Género solo contempla a la mujer como víctima y al hombre como verdugo.
Esta tesis está fuera de la realidad, es discriminadora y por lo tanto sexista. Pero lo peor de todo es que puede producir más males que beneficios porque probablemente agrave sentimientos de frustración y agresividad en esa horda machistas descerebrados que solo saben solventar su inseguridad siendo violentos.
En el marco de la preocupación por los derechos de la mujer hemos creado otra clase silenciosa de victimas; los hombres.
Es menos probable escucharles porque difícilmente pueden imaginar admitir su propia vulnerabilidad.
El horror constante de la violencia sexista y el dolor atronador de las víctimas de la Violencia de Género nos obliga a exigir una respuesta social y política urgente.
Y definitivamente discriminar a los hombres no es el camino correcto.
La sensibilidad hacia los hombres como víctima de la Violencia de Género, ha de partir precisamente de los sectores más sensibles y comprometidos con la violencia contra las mujeres, porque sabemos y hemos padecido en nuestra propia piel lo que ha sido la discriminación legal y social.
Las mujeres no podemos ser la excusa de la discriminación de ellos.
El feminismo crítico, inteligente y comprometido debe liderar este nuevo reto y de esta manera no dar excusa alguna a los machistas irreductibles que aún quedan en las cavernas de este país.
Por ello es urgente dar un cambio global y radical en la forma de enfocar las relaciones entre hombre y mujer. Plantear y cuestionar los roles sociales y los estereotipos establecidos.
Los hombres han de aprender a despojarse de sus prejuicios machistas, de que “los hombres no lloran”. Han de asumir que quejarse del dolor no es signo de debilidad, de falta de hombría.
Hemos de instaurar una verdadera “revolución” educativa, no sexistas en la familia, la escuela, la sociedad, las iglesias, los poderes sociales, públicos y políticos.
Este aprendizaje es trasversal. Su praxis es pura imitación de niños y niñas en lo que oyen, ven, intuyen, suponen, presienten….de sus mayores y los “modelos” que la sociedad les pone por delante en su casa, su escuela, su barrio, su televisión, etc. etc.
En definitiva hemos de tener presente que el mundo se construye entre hombres y mujeres y tomar conciencia de que los extremos destruyen.
Qué hemos de conseguir llevar a la efectividad real los derechos de hombres y mujeres por igual.
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